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Preparazione dell'infiorata,  un tappeto di fiori sul quale passerà la processione del Corpus Domini, in  un paese delle Marche.   Una niña de Liegi, Giuliana Cornillon, que quedó huérfana, fue adoptada y educada por una monja, posteriormente se ordenó como novicia, a los dieciséis años tuvo una extraña visión: había una luna llena, blanca y brillante, con una mancha negra, como una estela, una cicatriz que arruinaba la belleza lunar. Pero la joven no comprendió el significado de esa escena. Después de unos años, mientras rezaba, cayó en un profundo éxtasis. Se le apareció Jesús y le reveló que esa mancha representaba a los cristianos que habían dejado de considerar la “Comunión” como un momento central de la prédica de Jesús, sino que la toman como un ritual vacío, ya sin valor. La joven monja le escribió a un humilde sacerdote, Jacques Pantaléon, hijo de un zapatero, que tomó en consideración las inquietudes de Sor Giuliana, le dio crédito a su visión y le habló de ello al Obispo de Liegi. Posteriormente en la ciudad de la diócesis de Liegi se instituyó una nueva fiesta para recordarles a todos que Jesús había entregado Su cuerpo y Su sangre por la humanidad: recibió el nombre de Fiesta del Corpus Domini.

   En 1261 ese cura, Jacques Pantaléon, fue proclamado Papa, bajo el nombre de Urbano IV. No fue casi nunca a Roma, prefirió establecerse en Viterbo y en Orvieto. En agosto de 1263, mientras se encontraba en Orvieto, le pidió una audiencia urgente un joven sacerdote bohemio, que había viajado a Roma en peregrinaje. Cuando éste se presentó ante el Papa, temblando y llorando, le contó que mientras estaba dando la misa, en Bolsena, una ciudad cerca de Orvieto, cuando llegó el momento de la consagración eucarística la hostia se convirtió en carne y sangre, manchando el altar. Al año siguiente Urbano IV proclamó la festividad del “Corpus Domini” como la fiesta de toda la Iglesia Católica.

La beata Giuliana insieme  a papa Urbano IV
     Han pasado dos mil años desde aquella noche en la que Jesús “habiendo tomado pan, después de haber dado gracias, lo partió, y les dio, diciendo: ‘Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en mi memoria”’. De la misma manera tomó la copa después de haber cenado, diciendo: ‘Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por vosotros’.” (Lucas 22, 19-20). Cabe destacar que Jesús tomó el pan y el vino y no el trigo y la uva. Parecería ser una observación irrelevante y casi trivial porque ese fragmento del Evangelio lo hemos leído muchísimas veces y nos parecería ilógico pensar en que los hechos ocurrieron de otra forma. Pensándolo bien en esa época no era inusual ver a personas que comieran cereales en su forma original (en granos). Pero no cambia en nada la referencia a la tierra y a sus frutos, por los cuales siempre hay que agradecer, “dar gracias”, en griego “Eucaristía” (Didaché 9, 1-5), pero en el pan y el vino también está presente el trabajo del hombre, su sudor, su amor por la naturaleza y su capacidad de transformarla en comida y por lo tanto su cultura, sus tradiciones. La entrega asume un nuevo valor: dar todo de sí mismo a la humanidad: la Creación, lo Creado y el Creador. Es una entrega total sin pedir nada a cambio, aunque hay algo que si pide: “haced esto en mi meoria
    En el texto griego se utiliza el término “anamnesis” para indicar memoria y en el diccionario Treccani (italiano) encontramos que dice: “El término es adoptado, sobre todo en el enunciado de un concepto fundamental de la filosofía de Platón, por la que el conocimiento verdadero se basa en una anamnesis de las ideas conocidas por el alma y concebidas anteriormente al ingreso al cuerpo.”. Donde queda claro que el corazón de los hombres que habían vivido con Jesús ya estaba listo para aceptar las enseñanzas del Mesías tan esperado: “Vosotros no me escogisteis a mí, sino que yo os escogí a vosotros”. Además el término “anamnesis” se asemeja mucho a la palabra del latín “recordatio”, compuesta por “re”, que hace referencia a la repetición de una acción, revivir una fase anterior, conformada además por “cor”, es decir corazón, ánimo, juicio, inteligencia. Jesús le ordenó a los Apóstoles que se remontaran a lo que estaba impreso en su corazón sobre Su predicación, de la vida que habían vivido juntos, de los hechos felices y los dolorosos, de los milagros. No es una memoria simple, un memorial frío, una conmemoración. Algo parecido quedó en el idioma francés: apprendre par coeur, aprender de memoria, en inglés se utiliza la expresión know by heart para expresar el mismo concepto. “Tomad y comed, este es mi cuerpo... Bebed todos de ella; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados”. Ese mandamiento fue recibido y divulgado por los Apóstoles: la Eucaristía se convirtió en el momento central de la comunidad que se reúne para escuchar y nutrirse de las enseñanzas del Maestro y de Su carne y de Su sangre, porque de esta forma tendrían la vida, en espera de Su retorno. “Y se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, a partir el pan y a la oración. Sobrevino temor a toda persona; y muchos prodigios y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos y tenían cada cosa en común; vendían todas sus propiedades y sus bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno. Cada día frecuentaban todos juntos el templo y partían el pan en los hogares, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y hallando favor con todo el pueblo” (Hechos de los Apóstoles 2, 42-48).
    Después de la cena del Señor, la Eucaristía, los primeros cristianos solían rezar la oración enseñada por Jesús, el Padre Nuestro y al final agregaban una fórmula tomada de la carta de Pablo a Tito: “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús” (Tito 2, 13).
Giuseppe Copertino al momento di pronunciare le parole della consacrazione eucaristica "volava" in estasi    Desde el origen de las comunidades cristianas cuando alguien se acercaba a la cena del Señor tenía claro el concepto que Juan había predicado y que los Obispos y sus sucesores se habían preocupado por transmitir: “Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que coma de él, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo también daré por la vida del mundo es mi carne. Los judíos entonces contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Entonces Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre que vive me envió, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como el que vuestros padres comieron, y murieron; el que come este pan vivirá para siempre” (Juan 6, 48-58).

    Con el paso de los años y de los siglos muchos comenzaron a olvidar la orden de la anamnesis: la Eucaristía se transformó en un ritual, englobado en una serie de simbolismos, oraciones y gestos que tenían un significado peculiar en un determinado tiempo, que servían para guiar a los fieles en el proceso de comprensión del ceremonial que se estaba desarrollando para ser participantes, pero también elementos celebrantes unidos en una sola comunidad. De hecho antiguamente el ritual eucarístico variaba de zona en zona, según la cultura que generaba los simbolismos de cada comunidad: eran varias las formas de estar juntos para celebrar el ritual de la Eucaristía, en las Iglesias de Oriente, en las que las peculiaridades del idioma, de la cultura y de las tradiciones eran diferentes, hasta el día de hoy hay muchos ritos que se siguen haciendo. En el Occidente la Iglesia de Roma tenía la liturgia en latín y la exportó a todos los rincones del ex Imperio Romano: Carlo Magno la adoptó en su Imperio, el Papa Gregorio VII la impuso en España (aproximadamente en 1.060), los bárbaros y los pueblos convertidos utilizaron una liturgia incomprensible y lejana para su cultura.

    Más allá de la liturgia, de su variación y evolución a lo largo del tiempo, la naturaleza comunitaria de la Eucaristía era algo característico de las iglesias primitivas, a través de la misma todos los participantes estaban unidos pero no en forma simbólica ni conmemorativa sino que se vivía realmente en forma espiritual y física: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”. El hombre está compuesto no solo por carne mortal sino por un cuerpo eterno, lamentablemente tiende a no considerar los elementos espirituales que alimentan su espíritu, a menudo y a veces sin razón se suele hablar de “energías”, elementos etéreos sin explicar las bases “científicas” en las que basar la existencia, las características y las funcionalidades. Todos los cuerpos están sujetos a leyes universales, cada una de las formas que existen en el Universo están definidas por la ciencia física o espiritual. Nosotros no vemos qué tipo de energía emana el Sol: energía calórica, rayos gama, ultravioletas y otras fuerzas que no siempre se logran registrar. Sin embargo conocemos perfectamente todo el proceso químico que se produce en la fotosíntesis clorofílica, pero sobre la función del sol se enuncia que “la energía solar se transforma en energía química”. Es igual de complicado explicar que cuando el cuerpo humano se expone al Sol produce vitamina D. El tiempo ha debilitado, o hasta incluso borrado por completo, los conceptos espirituales planteados por Jesús y el “haced esto en memoria de mí” se transforma en simbolismo, sin embargo las palabras son claras: “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”.
Nella messa il momento della consacrazione provocava in Padre Pio una emozione non umana.
    ¿Cómo se puede convertir el pan en el cuerpo de Cristo? Es la pregunta que se hace normalmente y a la misma se le agrega otra inquietud: “¿Cómo puede ser que un cura moral y físicamente indigno de su misión pueda transformar el pan y el vino en carne y sangre de Jesús?” No creo contar con las respuestas adecuadas. Lo que se es que a través de Jesús Cristo hemos conocido al Padre, hemos entrado en los misterios de este Dios que es imposible de reconocer en los antiguos relatos de la Biblia. Juan el Evangelista nos transmitió que “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1, 1-3). Creo que hay una conexión entre la “Palabra”, el Verbo, que crea y las “palabras” de la última cena. “Haced esto” es una orden que le da a las palabras un poder que los Apóstoles tenían que transmitir a la humanidad. De lo contrario no tendrían explicación la confusión y la angustia que sufría José de Cupertino cuando estaba por pronunciar las palabras en el momento de la consagración, lo mismo le ocurría al Padre Pio cuando celebraba la misa. A ellos se les suman muchísimos místicos que frente al Pan consagrado tenían reacciones limítrofes con la paranoia y algunos de ellos vivían únicamente “comiendo” la Eucaristía.
Corpus Domini es real Cuerpo de Cristo que, a veces, aparece físicamente, impregnando con sangre viva los altares para recordarle al mundo promesas categóricas: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”... “El que come este pan vivirá para siempre”... “Veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder, y viniendo sobre las nubes del cielo.

 

3 de Juno2018, fiesta del Corpus Domini