En estos días no se hace otra cosa que hablar de "spread", de "PBI", de la bolsa que demuestra nerviosismo, valores en dificultades: un verdadero bombardeo de cifras, datos, porcentajes y gráficos. En este marasmo en el que todos parece que saben todo, me he sentido no solo ignorante, sino también perplejo y dudoso. Con la cabeza baja como un "burrito", he ido a ver a un amigo mio contador y humildemente le he pedido que me explique.
Todos los años el Istat (el ente nacional que se ocupa de establecer que si tú has comido dos pollos y yo nada, es como si hemos comido un pollo cada uno), mide el volumen de la cartera de nuestro país. Para hacerlo hace falta hacer muchas sumas: cuánto hemos consumido nosotros los ciudadanos, cuánto ha consumido el Estado, si hemos puesto algo de lo nuestro (invertido), para construir, y cuanta mercadería que hemos producido nosotros ha sido vendida a otras naciones.
¿Cuáles son los consumos? Son todos aquellos productos que nosotros hemos comprado para nuestra supervivencia física: comer, lavarnos y limpiar... Son llamados "bienes perecederos" porque todavía no se ha visto un paquete de pasta que cuanto más lo vacíes más se llena. Mientras otros bienes que, aunque no están sujetos al milagro de la duración como el automóvil, los vestidos, los calzados, son llamados “bienes no percederos”.
Además de este tipo de gasto se consideran consumos aquellos servicios que podemos definir como solución a los daños colaterales de los "consumos" usados: existe el servicio del mecánico, o de cambiar los neumáticos si el coche se rompe, lo mismo se puede decir por el sastre, el zapatero, el fontanero, el electricista o el barbero.
También el Estado gasta: es lo que llamamos gasto público. En esta lista están todos los sueldos de los funcionarios públicos de todo tipo y grado, incluidos los de los diputados y senadores; además deben ser calculados también la adquisición, la manutención de aviones militares, tanques, vehículos blindados, helicópteros, municiones, además de todos los otros gastos por la "guerra", llamada defensa, aunque la Constitución italiana no parece estar completamente de acuerdo y dice que "Italia repudia la guerra como instrumento de ataque a la libertad de los demás pueblos, y como medio de solución de las controversias internacionales” (Art. 11).
Después hay que calcular las obras públicas: despachos públicos, escuelas, hospitales, autopistas, que una vez construidas con el dinero público se concede la gestión a empresas privadas.
Las casas que los ciudadanos se compran o se construyen no se cuentan como bienes inmóviles, sino como inversiones, como los que hacen las empresas para construir fábricas, cuya producción anual debe ser registrada.
La nación, además de exportar el material producido por las empresas del país, necesita importar de otras naciones productos y materias primas que no posee: la diferencia entre exportación e importación nos da la cuota de exportación neta efectuada durante el año y hay que registrarla. Las actividades ilegales de las mafias no son calculadas: no se registran porqué no "pueden" (?) ser evaluadas; en cambio, mira que casualidad, en la suma de la producción anual nacional, se tiene en cuenta el trabajo negro, aunque sea en porcentaje; cómo se calcula este porcentaje no lo he entendido.
Pero una cosa la he entendido: cuanto más gana la nación, y más alto es el PBI, mejor! Esto quiere decir que también los ciudadanos deberían estar bien. Dado que la cuenta es solo numérica, expresiones en cifras, por lo tanto material, significa que la felicidad de una persona, de los ciudadanos es sólo una cuestión material.
En este punto, le pregunté a mi amigo que enseña también Derecho en las Escuelas Secundarias, y que estaba explicándome pacientemente como se obtiene el PBI: ¿en la Constitución italiana existe alguna referencia respecto a buscar la "felicidad" del ciudadano, como está previsto, por ejemplo, en la Constitución estadounidense o en la japonesa? No, no está prevista expresamente en nuestra Constitución, pero el concepto material de la felicidad queda desmentida claramente por el Código Civil que en el al art. 2059 dice: “El daño no patrimonial tiene que ser indemnizado". Por lo tanto no se habla de lesiones al derecho al cuerpo de la persona o de sus propiedades, que podrían tener un valor económico, sino que se indica un derecho que lesiona el estado moral, psicológico, del equilibrio espiritual de un individuo.
Todo podría estar claro, pero, como soy un zote, no me convence el enunciado casi sibilino del Código Civil que, incluso reconociéndo la inmaterialidad de algunos daños, reconoce un valor económico, es decir material. No existen valores puros en este concepto de monetización generalizado; no se comprende si estudiar o hacer estudiar a nuestros hijos es un valor de civilización o sólo una preparación para ser productores de PBI; no serviría a este punto leer a Dante, Manzoni, Pirandello, Eco; no tienen valor los que se han demostrado portadores de una visión espiritual de la vida como san Francisco, santa Teresa de Calcuta. ¡Convendría, para no perder tiempo en la creación de un PBI fuerte, organizar vacaciones sociales para ir todos a zapar la tierra, recoger tomates, construir casas!
Cuando el delirio empieza a producir pensamientos de extremismo fanático, me doy cuenta de que no estoy solo: mis dudas, mis pensamientos no son paradojas; la verdadera absurdidad consiste en crear el PBI como base fundamento de nuestra felicidad. Si fuera yo solo el que piensa así sería herético, aunque en todo caso no me molestaría, pero un testigo importante hablaba así a los jóvenes estudiantes de la universidad de Kansas en marzo del 1968: “No podemos medir el espíritu nacional sobre la base del índice Dow-Jones Nuestro PBI tiene en cuenta también, en sus cálculos, de la contaminación atmosférica, de la publicidad del tabaco y de las ambulancias que van a recoger los heridos de los fines de semana en nuestras autopistas.
El PBI registra los costos de los sistemas de seguridad que instalamos para proteger nuestros hogares y las cárceles en las que encerramos a los que intentan irrumpir en ellas. Recoge los programas de televisión que ensalzan la violencia con el fin de vender juguetes violentos a nuestros niños. Aumenta con la producción de napalm, mísiles, armas nucleares y vehículos blindados que utiliza nuestra policía antidisturbios para reprimir disturbios y no hace más que aumentar cuando sobre sus cenizas se reconstruyen los bajos fondos populares.
En cambio, el PBI no refleja la salud de nuestras familias, la calidad de su educación, ni el grado de diversión de sus juegos. No mide la belleza de nuestra poesía, ni la solidez de nuestros valores familiares. No se preocupa de evaluar la calidad de nuestros debates políticos. No toma en consideración nuestro valor, sabiduría o cultura. Nada dice de nuestra compasión ni de la dedicación a nuestro país.
En una palabra: el PBI lo mide todo excepto lo que hace de verdad que valga la pena vivir la vida” (Robert Kennedy).